A mí no me gustan los discos que significan algo. Mejor dicho, no los entiendo. No soy capaz de deducir el ‘conceto’ de una canción ligada a otra.
A mí me gusta una canción. Y luego otra. Y luego otra. Y si las sumo todas, entonces tengo un ramillete de inevitables. Un conjunto de irreemplazables. Un manojo de ineludibles. Un puñado de esenciales.
Mi ristra de indispensables la componen canciones pertenecientes a un conjunto N, sin más criterio que el movimiento del corazón, como si fueran números cardinales. Sin orden. Ni de más a menos, ni de menos a más. En una serie de infinitas emociones.
La primera parada es el año 1988. Y me pongo el traje gris del maestro Sabina para comprobar que ‘uno y uno suman tres’, y para seguir creyendo en las invencibles historias de perdedores que tanto me gustan.
2 comentarios:
Eres muy joven. Creo que las canciones están unidas a momentos y no siempre las mejores están unidas a los mejores. A veces se confunden (los momentos y las canciones).
Me ha gustado más tu comentario que mi post.
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