Este
año, para celebrar mi viejo cumpleaños, en vez de mandarme una autofelicitación
como la del año pasado, me he dedicado una especie de serial.
No
es que vaya a publicarlo en incómodos fascículos, pero sí agruparé mis historias, así, si te aburre alguna,
o todas, o no tienes tiempo para leer, te ahorrarás bostezos, mentiras y cintas
de vídeo.
La serie comienza hace más de cuarenta años y, al protagonista, le gustaría contarla así.
MI AUTOPRÓLOGO
Hoy
me doy cuenta de lo deprisa que pasaron mis primeros 43 años, con sus letanías,
con mis retahílas y con tus locuciones. Y quizá por eso hayan venido a
felicitarme algunos recuerdos del pasado.
Y,
para compartirlos conmigo, imitaré al narrador de 'Todas las
almas', de Marías, utilizando la primera persona del singular para
escribir lo que vi o lo que me ocurrió, aunque las más de las
veces no me identifique en absoluto con lo que yo mismo viví, porque
las historias pasadas se van confundiendo las unas con las otras, y el resultado suele ser que, cuando uno quiere recordarlas, no puede.
MI AUTOBIOGRAFÍA
En
mis primeros años de existencia tengo la sensación de que me dio tiempo a
experimentarlo casi todo; unas veces me tocó vivir la vida a todo trapo, y
otras, en cambio, me tocó verla como si fuera una vida ajena a través de ventanas sin vistas al mar.
A
veces me faltó tiempo para cambiar de residencia fiscal, y otras para cambiar
las juergas obligatorias por el trabajo involuntario. A veces tuve tiempo para vivir las noches por delante, y, en épocas de incertidumbre,
dudé entre ponerle media vela a Dios o Dios al diablo.
Y,
sin darme cuenta, algunos días me llovió a mares, y me nevó sin copos, y los
árboles me florecieron y después me secaron de raíz. Y recorrí en círculo miles
de callejones sin salida, y tuve intermitentes priapismos de disparatado
placer.
En
esta travesía fui testigo que llegó el fax, que se fue el fax, que alguien
inventó el correo electrónico, que desaparecieron las máquinas de escribir y
con ellas la magia de las novelas sobre el alma humana.
También
hace muchos años aprendí a aborrecer la leche, pero no sus derivados; los
futuros, las opciones y los swaps sobre el líquido blanco de la ubre.
Durante este camino soplé velas por mis cumpleaños pares, leí decenas de novelas impares, las
clasifiqué por orden analfabético, las desclasifiqué por el poso que dejaron
dentro de mí, atravesé cientos de resacas en tierra firme, y di cuenta de miles
de güiscolas llegados de ultramar.
También
me dio tiempo para viajar en avión, para soñar en el tren, para maldecir el
coche, para ir a cumplir con la patria, para volver sin ella, para sufrir
decepciones, para provocarlas, para recibir premios, para sentir apremios, para
caer enfermo y para levantarme insano.
Y por el camino aprendí a sufrir, desaprendí a correr, me reí de mí, lloré contigo, fui lo que
no era, nunca soñé ser lo que no soy, incluso algunos días me sentí muy feliz al
levantarme de nuevo.
También recuerdo que en una etapa cercana de mi vida me convertí a los antiinflamatorios, y que firmé manifiestos anónimos buscando una forma de entenderlos.
A veces me dio tiempo para querer para siempre. Otras veces estuve en horas bajas e hice testamento vital. Incluso en ocasiones manifesté firmeza ante los ilusionistas de la fe.
Y, en las horas más felices, me dio por escribir el prólogo de mi testamento póstumo.
A veces me dio tiempo para querer para siempre. Otras veces estuve en horas bajas e hice testamento vital. Incluso en ocasiones manifesté firmeza ante los ilusionistas de la fe.
Y, en las horas más felices, me dio por escribir el prólogo de mi testamento póstumo.
MIS PADRES
De
mis padres creo que no he escrito nunca nada en el blog. Pues no veo mejor
momento que éste para poner negro sobre lo más blanco.
Porque
mis padres son mi norte y mi sur, mis vidas y venidas, mi barlovento y mi
sotavento, el ombligo de mi mundo, el cristal con el que miro, mis reyes magos
de occidente, mis verdades más piadosas, la mayor alegría de mis alegrías y las
mejores medallas que nunca gané.
Mis
padres son como el amor que nunca pasa de moda, el querer como es debido, una parte
del paraíso cobrada por anticipado, el equipaje que nunca te pesa, el
maquillaje del fin del mundo, el pan de mis penas, mi hogar allá donde vaya, mi
única religión creíble, y la parte más dulce de mis amarguras.
Antes de seguir mi recorrido autobiográfico, queda dicho que este anuario de todas mis vidas va dedicado a ellos, mis padres, los
verdaderos narradores de mi existencia.
MIS IRREFLEXIONES
Entre
mis recuerdos hoy conviven miedos que viven cerca de mi tuétano, como esas
pesadillas en las que preciso de una gruesa sonda para ayudarme a orinar, o
esas otras en las que empiezo a notar demasiada frecuencia en las micciones
diarias, acompañadas de un pasajero escozor subterráneo.
O
las peores de todas, aquéllas en las que el médico en prácticas del vecino de abajo me
aconseja prevenir el mal con un bienintencionado tacto rectal.
Por
eso reflexiono cada día sobre mis cotidianas entretelas, las de la mitad de mi
pasado y, sobre todo, las de la mitad de mi futuro. Y
eso que confieso que hace tiempo aprendí que no hay que intentar entenderlo
todo, sino solo la mitad de lo más importante, la décima parte de lo más
cercano, en definitiva, solo lo que acaba justo donde empiezan tus pies.
Será
esa la causa de que suela tener suficiente con lo que veo con mis propios ojos, y que pocas
veces intente enterarme de lo que ocurrió a mis espaldas. Incluso a ratos hago
esfuerzos humanos por no enterarme de las cosas de las que tuve la suerte de no
enterarme.
MIS COSTUMBRES Y MANÍAS
Como
cualquier ciudadano septentrional desconfío casi siempre de lo meridional. Y
como cualquier expatriado dentro de las fronteras de su patria, imagino una
patria ideal a la que poder echar de menos.
Quizá
por eso no me guste jurar con los juramentos habituales de la tierra. Ni con
los del mar. Yo prefiero abjurar en falso sin motivo.
Aborrezco las semanas con siete lunes. Yo soy más de los jueves y de las vísperas de juergas de guardar. Y felicito
a los que triunfan, pero solo si lo hacen en época de derrotas.
Me gusta escribir autorretratos al portador, como si fueran ajenos a mi voluntad. Y no suelo conjugar los adjetivos con el futuro, sino con el pretérito imperfecto.
No me gustan las realidades previsibles, porque pienso que no hay nada menos previsible que la realidad. Y distingo el babor del estribor sin problemas, pero solo cuando diviso de cerca la tierra firme.
A veces le pongo al buen tiempo mala cara, pero solo por verle la cara y la cruz a la contradicción. Y, como ya no llevo puesto el babi de la safa, ni oigo el sonido constante de aquellas risas invisibles, no me queda otro remedio que ahorcarme cada mañana con el nudo de la corbata e intentar, sin quererlo, bordar el paripé.
Me gusta escribir autorretratos al portador, como si fueran ajenos a mi voluntad. Y no suelo conjugar los adjetivos con el futuro, sino con el pretérito imperfecto.
No me gustan las realidades previsibles, porque pienso que no hay nada menos previsible que la realidad. Y distingo el babor del estribor sin problemas, pero solo cuando diviso de cerca la tierra firme.
A veces le pongo al buen tiempo mala cara, pero solo por verle la cara y la cruz a la contradicción. Y, como ya no llevo puesto el babi de la safa, ni oigo el sonido constante de aquellas risas invisibles, no me queda otro remedio que ahorcarme cada mañana con el nudo de la corbata e intentar, sin quererlo, bordar el paripé.
Y
siguiendo con los juegos de tiempos y palabras, ya sabes que yo soy de los que
disfrutan con los marzeos de mayo, con los caminos en círculos, con los barones
afeminados, con los vellos por dentro, con los martes del dos mil trece, y con
el amor que se profesan los enemigos íntimos.
Pero,
a cambio, soy de los que distinguen el verbo infligir del infringir, aunque a cambio coloco la hache muda en las conversaciones cotidianas con relativa facilidad.
Y,
para confundirme aposta, si me dan a elegir entre brindar y blindar, o me
tomo un par de copas para decidir, o hago lo mismo que hace con las erres
el chino mandarín.
De
los pasados abrazos sin brazos también me acuerdo; por eso a menudo suelo
acordarme de las tempestades que me tocó vivir, porque las cosas mal
hechas que no se recuerdan, corren el riesgo de volverse a repetir.
Para terminar. Muchas veces me acuerdo de aquel médico que siempre les pregunta a sus pacientes que en qué
parte de su cuerpo viven. Yo siempre le respondo que vivo en la
rodilla, al menos por las mañanas y por las tardes. Por las noches me suelo ir
a dormir para biodescodificarme, aunque en las largas noches de insomnio prefiero atizarme un par de güisquis para mostrarme a mí mismo quién
manda en mí.
MIS AMISTADES
De
la amistad con mis amigos prefiero no hablar, porque es tan invisible que casi
nadie la puede ver, porque está llena de acuerdos tácitos, de primeros excesos,
de falta de remordimientos, de vocaciones realizadas y de enormes letras
pequeñas.
Porque
es tan intangible que no desaparece aunque la dejes de usar, porque es tan fiel
que nunca te quiere cambiar, y porque es tan infalible que nunca te falla, con
o.
Supongo
que los cimientos de la amistad provengan de aquellos tiempos en los que los
problemas del mundo se dirimían sin prisas, pero con seriedad; no como ahora,
que los jóvenes dedican su ocio solo a hablar de bellas mujeres y de maravillosas frivolidades.
Entonces
no, entonces en los bancos del Sardi se discutía con ardor sobre las últimas
decisiones tomadas por el Senado, sobre la debida armonía entre el capital y el
trabajo, o sobre el problema del paro como mal endémico del país.
Será
que el mundo cambia o, como dicen los cuarentones de hoy en día, será que los
tiempos han dado un viraje radical.
MIS CREENCIAS
Si
me preguntas por mi parte más carnal, te diré que no le rezo a nadie, porque no
tengo fe en lo que no se ve. Y tampoco creo en el destino, y mucho menos si se
apellida divino.
Al
contrario, creo más en realidades palpables como el libre albedrío, el sentido
del tumor y el enfisema pulmonar, la sangre rica en plasma y las prótesis de
rodilla hechas de titanio enriquecido y, sobre todo, creo en los
baipás que devuelven la vida a los hombres sin corazón.
Porque yo
pienso que el alma humana es la parte más noble del hombre, la cosa de menor
precio y de mayor valor. Y eso que tampoco la veo. Ni la conozco. Ni
puedo tocarla. Y tampoco creo que nada divino nos la haya concedido.
Pero estoy convencido que nos sirve para fabricarnos la felicidad eterna, como aquel líquido
fabricado por el alquimista de Coelho, capaz de prolongar muchos años la
existencia, capaz de distinguir lo falso de lo falsificado, lo honrado de lo
honesto, la verdad de la única verdad, la mentira del resto de mentiras, y las
tentaciones del resto de las inconfesables tentaciones.
MIS LETRAS
De
la ficción de la vida siempre me decanto por las novelas basadas en hechos
reales, sobre todo si los hechos reales proceden de sucesos completamente
imaginarios.
Pero
no me gusta lo que suena a novelesco, y mucho menos lo que se escribe sobre
ello, como los espejismos que se materializan en los horóscopos, donde las
personas encuentran historias sobre todas las cosas, o aun peor, donde
encuentran toda clase de vínculos irreales con su propia existencia.
Y hablando de letras, aunque te lo parezca, no es fácil escribir sobre uno mismo. No es un trabajo como
cualquier otro, pues, aunque también requiere esfuerzo y dedicación, has de
vences tu íntimo sentido del pudor.
Por
eso un señor insoportable que llevo dentro me reprocha a menudo que no me dedique a
escribir obras maestras, en lugar de escribir esta biensonante entrada para un
blog familiar.
Y
hay días que pienso hacerle caso al insoportable. A veces pienso que sí, que
debería escribir una obra maestra, porque a partir de entonces viviría mejor.
Porque
me convertiría en mi propio empleado, porque ya no tendría que mandar, porque
me bastaría con no obedecerme a mí mismo, porque disfrutaría con los altibajos
de mis ingresos, porque me acostaría a la hora de levantarme, porque se me levantaría
a la hora que yo no quisiera, y porque sería admirado por mis defectos y por
mis salidas de tono.
Pero
luego se me aparece en sueños un hombre con traje gris que también vive dentro
de mí, y me muestra un libro nocturno de contabilidad, y lo abre por la cuenta
de resultados, y yo, dormido, comparo sus millones con los de la competencia, y
con los del año anterior, el de 2012, cuando yo descumplí 41 años para cumplir 42.
Y
entonces me olvido de la obra maestra. Y del color de mi traje. Y de mis
defectos. Y de mis altibajos. Y acabo con el lápiz en la oreja abrazado a
números ajenos.
MI AUTOEPÍLOGO
A
pesar del número que indica mi edad, y de la crisis de los olvidados cuarentas, no he
cambiado recientemente de colonia, ni de ropa interior, ni de peinado.
Y
tampoco he cambiado, y creo que no cambiaré nunca, de gusto musical. Por eso,
si me dan a elegir entre los cinco latinos, los tres sudamericanos y el dúo dinámico,
siempre me quedaré con Antonio Vega, ese chico triste y solitario.
Dentro
de un año cumpliré 44. Hasta entonces. Nos vemos. Y yo que lo vea. Y tú que lo
leas.
SiempreVega
2 comentarios:
¡¡¡Muy bueno edu rob!!!! y FELICIDADES
QUE BIEN ESCRIBES,KAPRONNNNN.
SIGO ESPERANDO TU PRIMERA NOVELA.
POR CIERTO,EL LIBRO QUE MENCIONAS DE JAVIER MARIAS "TODAS LAS ALMAS" ME GUSTO MUCHO.ME GUSTA COMO ESCRIBE.....QUIZA ESTAMOS ANTE UN MARIAS EN POTENCIA Y EL NO LO SABE.UN ABRAZO ,MR. 43 AND HAPPY BIRTHDAY.
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